Ángel Barriuso*
Muchas veces tengo la impresión de que
seguimos siendo trujillistas. Que en vez de enterrarlo, cada 31 de mayo nos
ponemos a revivirlo con el cuento de que de esa manera recordamos entre todos
que jamás debemos repetir dictaduras. Y quizás, puede haber otras formas de
evitarla, tal vez inculcando otros valores y prácticas.
La ocasión de la fecha que tenemos en el
calendario para recordar que fue un 31 de mayo que se dio muerte a Trujillo, y
con su muerte la desaparición de su dictadura, sirve para la proliferación en
el ambiente de una gran cantidad de opiniones, y dada las fallas que venimos
arrastrando como sociedad, hay quienes siempre cuelan la idea de que los
dominicanos de hoy necesitan de un Trujillo.
Lilís fue un dictador. Sin embargo, las
anécdotas en torno a su persona lo hicieron un personaje del humor criollo. Lo
recuerdan con cariño.
Tengo
mis dudas de esas conmemoraciones. Lilís correspondió al siglo XIX, y aun en el
siglo XXI seguimos con sus hechos en nuestra memoria. Trujillo surgió a
principio del siglo XX, y aún en el siglo XXI seguimos hablando de su figura y
de posibles proezas que, para algunos, son positivas. Que si la deuda externa,
que si la delincuencia, que si aquello que si lo otro. Que dormíamos con las
puertas abiertas. Y así sucesivamente.
Estamos
convirtiendo a Trujillo en otro Lilís. Desde la perspectiva de la farándula se
pasa a recordarlo como la gran época artística.
¿Cómo olvidarnos de cualquier dictadura por la
cual hemos atravesado? ¿Recordando su fecha de su desaparición?
Creo que eso es importante, y mucho más
cuando el tirano fue ajusticiado. Sin embargo, la mejor medicina lo
constituirían las buenas prácticas de una sociedad democrática, fortaleciendo
–igualmente- los valores democráticos, aquellos en los cuales se sustenta una
democracia. Que tengamos en nuestra vida una democracia funcional, que respeta
la dignidad humana y que vayamos más allá del simple ejercicio de la votación.
Una democracia debe de llegar a nosotros, más allá de votar.
Y enterrarlo, definitivamente.
Me dirán: “Sueña, Pilarín”. Y tendrá razón
suficiente quien me acuse de soñador o idealista. Pero, debemos predicar con el
ejemplo. Y la democracia se sustenta, por encima de todo, en derechos y
deberes, que tenemos que defender, asumirlos y que sean respetados por nuestros
gobiernos llamados democráticos.
*El
autor es periodista. Reside en Santo Domingo.
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