Roberto Valenzuela*
El día que se formó el Gobierno de la Segunda República
en Santiago de los Caballeros, la primera medida del presidente Pepillo Salcedo
fue el decreto de la pena de muerte de Pedro Santana. El nuevo gobierno acusó a
Santana de traidor a la Patria.
Al otro día, 15 de septiembre de 1863, salió de Santo
Domingo para el Cibao, vía Monte Plata, el general Santana, para sofocar la
rebelión y dar un escarmiento a los restauradores. Llevaba una tropa de 2,500
hombres, entre españoles y dominicanos.
Santana (62 años) desconocía que los revolucionarios
enviaron desde Santiago, en la misma dirección, a un general de 24 años y
desconocido hasta ese momento, Gregorio Luperón.
Luperón tuvo su primera lucha y derrotó una avanzada
española en un lugar en la cordillera central conocido como el Sillón de la
Viuda. Alertado Santana sobre lo ocurrido, marchó hacia ese lugar acompañado de
sus tropas. Al cruzar el arroyo Bermejo, ya Luperón venía en su encuentro. Fue
el 30 de septiembre.
Entraron en batalla. Santana fue derrotado. Se tuvo que
devolver al campamento de Guanuma. “Los resultados de El Bermejo indicaban que
los vientos triunfales habían abandonado al general Santana, al colocarse de
espalda a la razón de la historia. Su estrella dejó de brillar. De aquí en
adelante un torrente de dificultades y fracasos se cruzaron en su camino”,
expone el historiador Franklin Franco.
Tesis del suicido
Según Franco, las frecuentes deserciones de sus tropas
transformaron a Santana, de ser un líder militar carismático, en una persona
irritable, lo que le ocasionó problemas con los soldados españoles. Incluso,
los españoles cometieron varias humillaciones contra él (Santana), que, según
varias fuentes históricas, le aceleró la muerte.
“La sorpresiva muerte de Pedro Santana, en condiciones
tan críticas para su carrera, su prestigio y su amor propio, hicieron creer a
muchos que se había suicidado”, escribe el historiador Frank Moya Pons, en su
obra Manual de Historia Dominicana, novena edición.
Murió el 14 de junio de 1864. Para evitar que las masas
profanaran su cadáver, sus familiares pidieron que lo enterraran en un recinto
militar, en el patio de la Fortaleza Ozama, en Santo Domingo.
Testamento de Santana
En la primera cláusula de su testamento, otorgado en El
Seibo el 18 de diciembre de 1852, Santana hizo la siguiente petición: “es mi
voluntad que mi entierro sea hecho humildemente y sin ninguna pompa: y si
falleciere en esta ciudad, recomiendo a mi familia y albaceas que adelante nombraré,
de hacer las diligencias posibles para que mi cadáver sea sepultado en el mismo
lugar en donde se hallan depositados los restos de mi legítimo hermano Ramón
Santana”.
Ramón Santana falleció en Santo Domingo y fue sepultado
el 16 de julio de 1844 en la bóveda de los Dominicos de la Catedral
Metropolitana. Sus restos fueron trasladados por su esposa Froilana Febles a la
iglesia parroquial de Santa Cruz de El Seibo.
Por ende, según el articulista Vílchez (2020), no debería
existir inconveniente en respetar la voluntad de Santana y trasladar sus restos
del Panteón Nacional a El Seibo. Con ello se daría cumplimiento a su
testamento, cuyo original se conserva en el Archivo General de la Nación,
disponible en su plataforma digital.
*El autor es periodista. Actualmente es el vocero de la Dirección General de Transporte y Tránsito Terrestre. Reside en Sano Domingo.
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