Roberto Valenzuela*
Desde Venezuela, donde vivía desde que fuera desterrado
por el general Pedro Santana en 1844, el 28 de marzo de 1864 llegó Juan Pablo
Duarte, a fin de sumarse a la Guerra Restauradora.
Pero varios acontecimientos impactaron negativamente al
futuro padre de la Patria: Encontró a Mella, su amigo y compañero de lucha en
la Guerra de Independencia, enfermo de disentería y próximo a la muerte. Estaba
agonizando.
Diversas fuentes históricas coinciden que el cuadro
crítico que presentaba Mella (postrado en un castre, consumiéndose) causó tanto
impacto en Duarte que también enfermó de gravedad. Tenía fiebre, calenturas,
debilitamiento físico, alucinación, escribe Franklin Franco en su libro
Historia del Pueblo Dominicano.
A los pocos días sintió cierta mejoría y afiebrado siguió su viaje para Santiago de los Caballeros a la sede del gobierno. Llegó el 4 de abril para reiterar sus deseos de colocarse al servicio del país, como lo había manifestado en carta enviada desde Guayubín el 28 de marzo.
Los celos por el liderazgo de Duarte impidieron su
integración, pues varios de sus compañeros de viaje, incluyendo Candelario
Oquendo, que era venezolano, fueron integrados de inmediato a la lucha.
Al patricio lo dejaron esperando en una actitud
descortés. Luego, recibió una nota explicándole que sería enviado a Venezuela
para recaudar fondos para la causa revolucionaria y otras gestiones
diplomáticas. Era evidente que lo querían fuera del escenario político
dominicano.
El prócer respondió que su estado de salud no le
permitía hacer el viaje de regreso a Venezuela, pero que podía ayudar a otra
persona que se le asignase esa función.
Mientras Duarte se preparaba para viajar al cuartel
general del presidente Pepillo Salcedo le entregaron un ejemplar de “El Diario
la Marina de Cuba”, con una insidiosa crónica sobre los celos que despertaba el
prócer entre los generales restauradores.
Planteaba que Duarte, regresaba al país para “iniciar,
como en 1844, la brega para alcanzar el poder y que el presidente Salcedo,
Gaspar Polanco, el generalísimo, y lo no menos generalísimos Luperón y Benito
Monción no querían ceder la preeminencia que hoy tienen entre los suyos, y ven
de reojo al recién venido”.
Este documento está contenido en el Diario de Rosa
Duarte, hermana del fundador de la República y en varios documentos del
Instituto Duartiano.
Duarte entristeció con la lectura de la crónica, no
visitó al presidente Salcedo y aceptó la misión en Venezuela. Mientras recibía
la humillación, el desplante de los jefes militares pasó por la angustia, el 4
de junio, de ver morir a Mella, el discípulo que en esa misma ciudad de
Santiago lo había proclamado, en 1844, presidente de la República. Partió para
nunca más regresar al país.
*El autor es periodista y reside en la ciudad de Santo Domingo.
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